11 mar 2016

La Tuca de Paderna: Hermanos de nieve


-¿Pero, por qué no la tiras, papi?— lo pregunta mientras sopesa.

La lanza hacia arriba varias veces e intenta sostener con su pequeña “garrita”. Gira y resbala entre sus dedos, a punto de caer y hacerse añicos. Mientras mi corazón a la par, sufre varios síncopes...

Estamos sentados en la alfombra del salón, adornando el árbol de Navidad. Dentro de varias cajas están todas las piezas: angelitos, campanas, Papá Noel, Estrella, etc... Todo nuevo, parece recién comprado. ¡Para una vez al año!...

Excepto lo que ha encontrado…

-Está fea— dice, y la aparta dentro de un embalaje donde ponemos lo inútil: luces que ya no encienden, el ángel al que le falta un brazo tras un aterrizaje forzoso, o la guirnalda despeluzada...

Sigue conservando su forma intacta, aunque el color dorado comienza a ajarse. Apenas refleja la luz, casi no brilla. Me acerco intentando aparentar normalidad e introduzco la mano. La saco con discreción, apartando de su vista.

—Uff!— “creo que por esta vez he librado...”

Cuando pierde interés lo que la absorbe, se levanta y viene a mí. Parece mentira...la pequeña no se pierde una y sin mirar el escondite, continúa con su decoración.

— ¿Por qué la has guardado? Si ya no sirve. Siempre dices que hay que tirar lo que no vale, papi, no hay que acumular cosas viejas, verdad?

—”Joder, vaya vista, se parece a su madre!”.

Como una fiera, segura de sí misma, ronroneando, evita mi presencia y busca el objeto de su ansia. 

Me giro... "¡YA LA HA COGIDO!".

La levanta y rota a la altura de sus pequeños y vivaces ojos, inquisitivos...se mira en ella. Percibe mi impaciencia— ¿para que la quieres?— alargo mi mano pero la trilera me esquiva— ¡no te la doy... la quieres?¡ Aquí está!!! Mira...

—¡Se acabó el cachondeo!— paso a la acción, y se la arrebato.

Mi mujer lo ha visto todo, como no podía ser de otra manera— ¿qué pasa?—quizás mi gesto ha sido precipitado e igual algo brusco, pero no podía dejarla en sus manos…

Siento de nuevo el contacto, más allá de lo físico, me estremece. Una conexión especial entrelaza nuestros destinos… me abstrae.

—¿Qué te pasa?— apremia. No me he dado cuenta,  pero a su entender el tiempo que ha transcurrido es excesivo.
Absorto contemplando... la bola de Navidad.

—La niña tiene razón, hay un montón de adornos mejor que ese, ¿no ves cómo está?




Guardo silencio e inspiro un aire,que parece faltarme.

—Es un recuerdo, algo muy importante para mí. 

Ahora ella es la que calla. Aguanta, espera mis explicaciones. Sin decir nada, y a medida del respeto que me produce, la cuelgo de una rama, apartada de ojillos peligrosos, algo oculta, para que pueda verla si la echo de menos…

La ato con una cinta, mediante un nudo plano, recuerdo de otro tiempo, de otra vida...

—¿Por qué no haces una lazada? Queda mejor ¿no te das cuenta?— sugiere.

Pasan unos segundos eternos.

Rompe el estado de trance acariciándome el brazo, me arropa buscando el contacto físico; necesita una explicación.

Interrogantes ojos urgen una razón a la, a su entender, desproporcionada reacción.

—Es de cuando estuve en el Ejército, cuando hice la "mili". El nudo es parte del ritual— me sale de dentro.

—¿Una bola de Navidad… un nudo?— extraña. No parece algo acorde con el periodo.

—Es una larga historia— me hace un gesto con su mano derecha invitándome a romper el tabú. 

Percibe que lo necesito.

—En realidad… es un recuerdo a varios compañeros que fallecieron en aquella época— las palabras brotan de sopetón.

—Nunca me has contado...no sabía... 

—No eran de mi unidad, ni siquiera los conocía. 

—¿Entonces...?  

—En aquella época estaba destinado en la Compañía de Esquiadores Escaladores LI/51  de Pamplona/Estella. Un aciago once de marzo de 1991, nueve militares de otra agrupación gemela, fallecieron en un alud cerca de Benasque, en el Pirineo oscense.

—¿Y vosotros? 

No nos tocó ese día, no era el nuestro. Estábamos a más de 300 Km. de allí, aunque también andábamos metidos en faena. Entre las montañas cántabras, en unas maniobras de vida y movimiento invernal, las mismas prácticas que nuestros compañeros—parece insatisfecha con las explicaciones.

—Cuando compartes vivencias, situaciones extremas y paralelas, se convierten en tus iguales— dudando que lo entienda —hacíamos lo mismo, en similares lugares; con medios parecidos, y me imagino que con pareja ilusión: somos “hermanos de nieve”


Seriedad e inquietud, incredulidad en su rostro.

—Hacíamos de todo, las 24 horas metidos hasta las trancas en la nieve y el barro, imagina: comer, dormir, desplazarte, etc... Pero pudo sucedernos igual. 

—¿Por qué dices eso? ¿Qué les pasó? 

—Encontré un día, en el océano de la red algo que me atrapó. Me sentí obligado a leerlo hasta el final, puesto que en cierto y remoto modo, me veía reflejado en el texto. La información que tengo proviene de lo averiguado en internet, en un grupo de veteranos relacionados con aquello. Necesitan, si no respuestas, sí los oídos y la solidaridad de los suyos. Gente inquieta, que se mueve y busca a otros como ellos.

Un soldado de reemplazo llamado Ramón, lo cuenta y es confirmado en el chat, por todos los demás testigos presenciales. Sí, he dicho presenciales, o sea los protagonistas. Lo relata más o menos así:

—Mi destino militar fue la compañía de Esquiadores Escaladores de Barbastro, como conductor. Además de llevar el camión, con carácter obligatorio, realizaba todas las prácticas inherentes a la instrucción de un esquiador de mi unidad. Debíamos estar preparados ante cualquier imprevisto o eventualidad que pudiera sorprendernos; aunque hay cosas para las que nunca lo estás…

El día amaneció temprano, muy temprano. Habíamos dormido en el refugio militar de Cerler y tras desayunar, nos dirigimos hacia los Llanos del Hospital, encrucijada desde donde partían varias vías de acceso a la cordillera. Nos juntamos con el resto del grupo. Habían pernoctado allí.

Desde ese lugar arranca la senda de nuestro destino.

Calzamos los esquís; nos esperaba una agradable sorpresa: vehículos oruga “todoterreno”, conocidos como TOM, se encargarán de remolcarnos hasta nuestro objetivo. 



— ¡Por lo menos hoy viajaremos más descansados! — ingenuos…

Por un momento dejamos de ser soldados, para disfrutar como críos, deslizando por la nieve, agarrados a las cuerdas e intentando mantener el equilibrio. Divertido pero no exento de imprevistos. 

Los más cercanos a los vehículos aguantan los tirones, pero los distantes sufren el llamado efecto látigo: salen despedidos y arrastrados tras dar con sus huesos en el hielo.

A todo esto hay que sumar la dificultad que entraña esquivar los caídos; vamos lo raro es no tropezar con obstáculos, aunque las risas muestran el ambiente relajado del transporte.

Llega un momento en que los vehículos se detienen.



Aprovechamos para poner el equipo e iniciar el ascenso. Aproximadamente unas 100 personas, añadían a la extraordinaria belleza del paisaje una nota espectacular, todos con sus pieles de foca en las suelas de sus tablas, siguiendo la huella de su predecesor.

Disfrutamos del sol. En estos lugares es un bien escaso. Incluso a la subida, la ropa empieza a sobrar. 

La temperatura es elevada para la fecha.

El Capitán al mando, Raúl Suevos Barrero da el alto.

Oficial elegido y selecto, apodado entre los subordinados, "el Lute, camina o revienta".  Su mote reflejo de respeto y extraordinaria preparación.

Responsable de todas las unidades del curso de ese reemplazo, y destinado en Esquiadores de Barbastro, sustituía a una leyenda viva: el Capitán Francisco Gan Pampols, que fue jefe de la Academia General Militar de Zaragoza. Entre los hitos de este notable montañero, constan la conquista del Everest, de los dos polos y participación en varias expediciones con el programa "al filo de lo imposible"

Habíamos llegado a la Tuca de Paderna. Serían sobre las doce horas.

—¡Id preparando para bajar!— consideró que la altura, una cota a 2500 metros. era suficiente para completar la práctica y decidió.  Su experiencia y el conjunto de variables que afectaban al ejercicio, recomendaban un descenso:

Era tarde para seguir subiendo, el tiempo se nos había echado encima con el consiguiente ascenso de la temperatura, y el informe de probabilidad de aludes calificaba el día como de riesgo extremo. La calidad de la nieve hablaba por sí sola...

Estas unidades militares, especialistas en montaña, están acostumbradas a progresar en situaciones límite  bajo unas condiciones extremas —”tal como te prepares, responderás cuando vivas algo similar”— así nos esculpían el alma, por eso el ignorar un parte meteorológico, era algo acostumbrado y casi obligado en la impronta castrense —”porque donde llegamos, no llega nadie”... 

Un Teniente, no recuerdo el nombre, tan sólo que era delgado y sufría una leve cojera, hizo un comentario en voz baja —¿sólo hasta aquí? ¡Menuda mariconada! 

—Esta pendiente última que hemos subido, no me ha gustado nada. Hace demasiado calor, no pienso arriesgar más de lo necesario— comentó el Capitán y ordenó — ¡coman algo para recuperarse y hagan grupos de diez personas como máximo; bajen separados, dando distancia al precedente!— su intención era minimizar riesgos.

La orden me sorprendió compartiendo unos frutos secos con Peña.

Serían su último alimento

Iniciamos la bajada. La sección de Barbastro era la primera, seguida de la de Huesca perteneciente a Artillería. El azar hizo que fuera en el penúltimo grupo, algo que agradecería toda la vida...

De pronto un fuerte y estremecedor -—¡¡¡CRAAACK!!!— sacude la montaña, hiela la sangre. Ante mi estupefacción, un río de nieve lo inunda todo a gran velocidad. Desaparece cualquier referencia, incluido mi camino. Reacciono frenando en seco, las horas de práctica fueron vitales, y apretando los dientes, terminé clavando cantos, eso me salvó.

Todavía retumban en mis oídos los gritos:

-¡¡¡ALUD, ALUD, ALUD!!!— con los que impotentes, intentamos avisar a los desdichados La avalancha recoge todo lo que está a su alcance y lo devora, lo traga…implacable.

Contengo el aliento: el abismo se abre ante mí.

No sé la razón, pero algo me hace mirar hacia lo alto, entonces me percato de que en la parte de arriba, otra placa se está fracturando. La grieta crece, a la vez que mi pánico.

-“¡¡NOOO!!!”

Tuve suerte, no se rompió del todo. Si se hubiera desprendido, casi seguro que no lo hubiera contado…

Puedo ver a mis compañeros dar vueltas, girar ellos y su impedimenta, en posturas imposibles, y al final desaparecer bajo toneladas de nieve. Absorbidos por una mole nívea y fría, imparable e inexorable. Algo que no he olvidado jamás.

Desciendo con otro superviviente hacia el maremagnum. Vamos a  ayudar, pero enormes moles de hielo dificultan la bajada. La fractura de la placa interna había facilitado el desprendimiento y  afloran enormes bloques que impiden esquiar con seguridad.

En el interior de la lengua del alud, el desconcierto y pánico campan a sus anchas. Los nervios impiden reaccionar a unos y desesperan a otros.  El shock es tremendo. El caos reina en la zona..

Al poco rato, alguien encuentra una mano que por alguna afortunada y extraña razón, supera el nivel de la avalancha. Le rescatan y seguimos buscando…

Minutos después sacamos a un Sargento al que se reanima, y media hora más tarde otra víctima vuelve a ver la luz del sol. Mientras buscamos supervivientes, no somos conscientes del riesgo que corremos. Rodeo un enorme  “serack” de varios metros de altura. Inspeccionando los alrededores, siento como la superficie se hunde y esa gárgola insaciable, acompañada de un siniestro ruido, se desplaza sobre la nieve —¡¡pies para que os quiero!!— salgo echando “virutas” del lugar.

Un sudor frío hiela mis entrañas, temo sea mi última sensación….  El crujido se adentra en mi cerebro y espero lo peor…

Sobrecogedor silencio.

Al final, se asentó sin consecuencias.

Luego me comentaron que el desprendimiento que ví, el principal, era consecuencia de otro menor que había ocurrido unos cien metros abajo. Había fallado el firme, y no había sido más que un pequeño susto, pero... ¡había despertado a la implacable bestia!

Estuve sobre el terreno, sin parar de sondar y colaborando en las labores de rescate, hasta las cuatro de la tarde, momento en el que fui trasladado hasta el refugio de Cerler, en un helicóptero de la Guardia Civil.

Silencio. Respetuoso e imponente mientras nos elevamos. Miramos por las ventanillas, intentando vislumbrar lo imposible. Al final ocupamos los asientos, asumiendo lo sucedido. El destino nos había dado una segunda oportunidad y todavía no éramos capaces de apreciarlo.

Ya no pudimos rescatar a nadie más con vida. Faltaban nueve compañeros, nueve de nosotros.

Aterrizamos en la explanada. Bajamos y accedemos al recinto del refugio. Una vez allí, somos formamos para conocer la identidad de los desaparecidos.

Se pasa lista. Sentencia firme.

Los presentes contestamos, los ausentes... se responde en su nombre:

— ¡MUERTO!— acompañados por incontrolados sollozos de los camaradas, lágrimas de desesperación e impotencia. Dolor incontenible. Dientes apretados. Respiración entrecortada y congoja en el corazón.

Luego nos permiten llamar a casa, para comunicar a las familias que estamos vivos. Voces bajas, casi susurros a través del teléfono.  Vano intento de no incordiar el eterno reposo de los compañeros, en la cercana e improvisada morgue. Escenas de intimidad cómplice, de culpabilidad esquivada.

Aquí debo pedir perdón, no sé el motivo por el que lo hice, pero me retrasé hasta el día siguiente, por ello prolongué la agonía de mis padres veinticuatro horas más.  Incomprensible sí, pero que fui capaz de hacer. Lo siento de corazón, pienso que fue un síntoma más del shock bajo el que me encontraba.

Fue muy duro, demasiado cercano.

Tras una desganada cena, intentamos protegernos en la rutina. Aunque durante la noche nadie pegó ojo. Velamos en la parte superior del refugio.  Había cinco cuerpos recuperados, descansando en  el secadero de material, pero faltaban los de otros cuatro más.

Al día siguiente volvimos a buscar al resto.

Una vez allí con tiempo, pude calcular las dimensiones del corrimiento. Debía medir unos doscientos metros de largo por unos cien de ancho, calculando por lo bajo.  Ahora se comprendía la magnitud de la catástrofe y que se hubiera llevado por delante a tantos soldados…

Seguimos buscando como se nos había entrenado, con las sondas, aunque la profundidad de la nieve hacía que éstas entraran por completo, sin llegar a tocar tierra. Excavamos profundas trincheras en  paralelo, cada cinco metros, y las atravesamos con las sondas. Nada.

El paisaje era desolador. Ciclópeos bloques blancos marcan la situación del río helado.

En un extremo, aparecen varios cuerpos.

Aún faltaban dos personas por encontrar. Van transcurriendo los días y no somos capaces de localizarlos. La desesperanza azota el alma.

Alguien planteó la posibilidad de esperar al próximo deshielo. Se descartó de inmediato, por  la presión de las familias y  la sociedad en pleno. El honor del Ejército no podía quedar en entredicho. Y sobre todo nuestra actitud, la necesidad de disminuir el dolor de esa pobre gente que no tenía nadie a quien enterrar.

Un día tras otro subimos a la montaña a arrebatarle el peaje. A cambio entregamos nuestra tristeza y esperanza.

El cansancio físico y mental comienza a hacer mella. La cordura flaquea.

Estudiando a conciencia, se llegó a la conclusión de que la mejor forma de hacer el trabajo, era aplicar medios profesionales a escala industrial, tal y como lo realizan las gestoras de estaciones de esquí. La masa de nieve era descomunal. Toneladas y toneladas imposibles de mover sin medios adecuados a la empresa.


Aprovechando la presencia de un helicóptero “Chinook”, uno de esos gigantes de dos hélices, destacado para transportar a los rescatadores a la zona, se fabricó una plancha metálica en Benasque. Sobre ella se colocó una maquina retrac, perteneciente a la estación de esquí de fondo, de Llanos del Hospital. Y así se llevó la maquinaria al lugar.

Nuestra alegría se empañó al ver que, aún moviendo ingentes cantidades de nieve, no era suficiente para desplazar semejantes moles de hielo.

Entonces la estación de Cerler cedió una de sus máquinas grandes.

Ahora sí que remueve todo el alud, al completo, aunque no es fácil… Casi acaba toda la tarea y no aparecen los cuerpos.

Solo queda un sitio por remover, y este es al lado de la explanada, justo a nuestros pies, donde aterrizan los helicópteros. Ahí tiene que ser... y así fue.

A diez metros de profundidad aparecieron.

Gracias a esos medios logramos recuperar  los dos compañeros que restaban de levantar de la montaña. Por fin podían descansar en paz

Fueron tres semanas de labor agotadora en todos los aspectos, físico y mental. No hubo permisos hasta encontrarlos, y todos los días subimos a colaborar. Aunque previniendo no ser siempre los mismos. Para no sufrir tanto, se organizaron grupos de trabajo.

—¡Buffff...qué duro!- Mi mujer, como madre, vibra de inquietud.

—Ese es sólo un punto de vista. Hay otros testigos directos que también sufrieron las consecuencias. A mí me estremeció en particular la versión de otro compañero, llamado Juan Carlos; que comenta así:

—Pertenecía a la Sección de Esquiadores del GACA XLII. Estábamos en maniobras de vida y movimiento invernal, e íbamos a ascender al pico del Alba. Esa noche dormí en el refugio de Cerler, aunque otros lo hicieron en los Llanos del Hospital 

La jornada tuvo un comienzo prometedor. Nos agrupamos y los que pudieron entraron en los vehículos “TOM”, los demás enganchados a cuerdas partimos remolcados hacia el inicio de la subida.

Fue divertido.

Una vez puestas las pieles de foca y tirando para arriba, mis sensaciones eran buenas, comparadas con las de otras ocasiones, en las que iba arrastrando la lengua.



Era un día luminoso, se podía sentir el aumento de la temperatura en el ambiente.

Cerca de la Tuca Blanca nos hicimos unas fotos. Premonitorias…a la larga serían las últimas en las que aparecieron vivos.

Tras rebasar la Tuca Blanca, en una llanada, los mandos decidieron volver; los parámetros de seguridad no eran idóneos para continuar. Guardamos las pieles de foca y nos preparamos para descender los veintitrés soldados de artillería, repartidos en dos pequeños grupos.  Delante habían bajado unos compañeros de Barbastro, incluso alguno de ellos se cayó.

El Teniente al mando de mi grupo ordenó el alto—vamos a esperar, a que se despeje un poco la ladera.

Aguantamos en una pequeña vaguada y desde allí lo vimos: una avalancha avanzaba imparable hacia el grupo de Barbastro que nos precedía.

—¡¡ALUD!! ¡¡ALUD!!¡¡ALUD!!!— grito impotente intentando avisar.

De repente escucho un tremendo crujido —¡¡¡CRAAACK!!!— de las mismas entrañas de la tierra. 

Me giro y lo que veo me deja helado: un alud descomunal avanza hacia mi.  Pendiente del desprendimiento inferior, no he visto el que nos va a tragar.

Era el quinto de la hilera y los precedentes habían volado hacia los lados en un intento de sobrevivir a semejante apocalipsis. Tres huyeron hacia la derecha, en una fatal una decisión, entre ellos el 

Teniente y el Cabo Primero; al otro lado salió zumbando el cuarto de la fila. Escapó por los pelos, gracias a su habilidad esquiando.

Tras él fui yo, pero con peor suerte: me cazó.

En la práctica me hizo desaparecer de la superficie y girar como un monigote. Las fijaciones no saltaron, lo que unido a la mochila donde tenía un brazo atrapado (el otro lo sentía debajo mío) me inmovilizó. De inmediato, el compañero a pie, me localizó gracias a que parte del rostro estaba al descubierto y me auxilió. Salí ileso y por eso pensé que no había ningún herido.

Enseguida comprobé que no era así.

Rápido sacamos las sondas y las montamos. Nos organizamos y empezamos a buscar.

Comunicamos el percance por radio. Los primeros en aparecer fueron los franceses desplazados al lugar en un helicóptero. La Gendarmería había alertado a un equipo con perros especializados. 

Comenzaron a trabajar y localizaron los primeros cuerpos.

Permanecí hasta las cuatro de la tarde, cuando un helicóptero de la Guardia Civil me sacó del lugar. 

Cuando acabé me llevaron a Cerler con el resto de supervivientes.

Si pensaba que esto había acabado, estaba equivocado. Al ser de los primeros evacuados, y estar en perfectas condiciones, me tocó reconocer los cuerpos. En el depósito yacían mi Teniente y tres compañeros. También otro chico de Barbastro, al que no conocía en persona.

Días después se celebraron los funerales. De veintitrés del grupo cayeron nueve compañeros y de ellos siete de Artillería.

Me salvé de milagro: los tres que me precedieron, así como los cuatro posteriores perecieron.

Me sigo preguntando el motivo, sabiendo que no hay respuesta:

—"¿por qué yo?".

Esta fue mi terrible experiencia. No hay aniversario que no los recuerde. Aún hoy, en estas fechas, me vienen las imágenes del caos, ese cielo infinito, la foto que nos hicimos minutos antes...
Sus sonrisas me acompañarán toda la vida.

Veo los ojos vidriosos de mi mujer. Se seca las lágrimas, suspira.

—Pensaba que el Ejército era algo más prudente, más serio, ¿que sucedió después? ¿Hubo algún responsable? 

La miro y comprendo que no lo entienda: el que no lo ha vivido no lo puede conocer

—Lejos de valoraciones más prosaicas, el Ejército es algo mucho mas serio, más vital: somos cada uno de los que servimos y sacrificamos parte de nuestra vida. Convivimos como una familia, compartimos todo, aunque a veces debemos pagar un elevado coste. Algunos no regatearon y entregaron el más alto precio. Por eso el sacrificio de uno solo de nosotros es el de todos. Respecto a la búsqueda de responsable, se puede decir que el Ejército como institución jerarquizada tiene claro el culpable. Otra cosa es que no coincida con el común de los mortales en la acusación.

Hay otro soldado de reemplazo, Jordi que desde su labor como escribiente, pone luz a tanto claro oscuro, expone su privilegiado punto de vista:

—Desde mi puesto, tuve acceso a los partes meteorológicos emitidos por Protección Civil cada dos o tres  días, a veces al día. En ellos queda patente el elevado riesgo de aludes, desaconsejando de forma taxativa cualquier actividad. Debido a las condiciones, al mal tiempo, esas maniobras se habían desnaturalizado al no poder completar la mayoría de objetivos previstos.

Además si el responsable de una Compañía de Esquiadores Escaladores no hubiera desatendido las recomendaciones sobre riesgos, hubiera sido imposible realizar prácticas invernales a alturas superiores a dos mil metros. La consideración de cuerpo de élite no era algo gratuito y tenía un coste.

La valoración y compromiso  del Capitán hacia su tropa queda patente en la decisión de hacernos pernoctar en el refugio de Cerler durante esas maniobras,  en las que estaba previsto dormir al raso empleando técnicas invernales de supervivencia. Tomó esa decisión tras comprobar que otra unidad, en similares ejercicios y sobre esas fechas, había tenido graves lesionados por congelación.

El día de la tragedia, la nieve en el glaciar del Aneto, estaba como pegajosa. Sus características y los valores climáticos hicieron detener la marcha. Fue la persona que convenció al resto de la necesidad de volver, porque varios Mandos pretendían continuar. Ordenó la división de las fuerzas en tres grupos y la bajada de uno en uno, decisiones que como quedó comprobado, redujeron de manera importante el  mortal impacto de la avalancha.

Durante las tres semanas que duró la angustiosa búsqueda, altos cargos del Ejército desfilaron por las dependencias de nuestra compañía. Era un secreto a voces que el sacrificado, el cabeza de turco, iba a ser el Capitán Suevos. Era algo que no podía ir más arriba, aunque le costase el ascenso a Comandante. Cuando a mi entender y el de la mayoría de los implicados en aquella tragedia estaba cumpliendo órdenes, lo que para nosotros le exonera de responsabilidad.

Hay gente que dice que el Capitán se había negado ese día, de la misma manera que en días precedentes, al considerar inasumible el evidente y advertido riesgo de aludes. Pero que el General 

Lucas ordenó subir a la montaña. Al parecer,  el tiempo no fue el idóneo para los ejercicios previstos y apenas se completaron, y que el destino final de aquella expedición era el Aneto, pero que el responsable de la unidad in situ, decidió abortar.

Unos pocos ponen en tela de juicio la decisión de salir aquel día. Piensan que la elección pudo estar presionada por la anterior jefatura de la unidad: el Capitán Gan, una leyenda como montañero. Dicen que el Capitán Suevos se sintió con la obligación de ir un poco más allá y que por eso pudo tomar una decisión errónea a su entender.

Otros opinan que el Capitán se sacrificó para no perjudicar al General. Eso sólo lo sabrán ellos. Ha funcionado una vez más la maquinaria de la obediencia debida.

El Capitán Suevos fue juzgado en la Audiencia Provincial de Huesca, conforme al derecho penal, se le imputó un delito de imprudencia con resultado de muerte,  fuera de la jurisdicción militar. Fue absuelto penalmente pero se le condenó a indemnizar a las familias de los fallecidos.

Mi pareja mira, sobrecogida esperando algo más, antes de terminar mi relato.

—Lo siento, no puedo contarte nada más. Las Navidades de aquel año, me toco pasarlas de guardia en el refugio de Belagua, con mis compañeros. La primera fuera de casa, y en aquellas desgarradoras circunstancias… no podía ignorar ciertos paralelismos.

Ahora es posible que entiendas…la bola, los nudos y mi extraña actitud. La guardo desde aquella época en que la cogí del árbol que adornaba mi Compañía. Era algo que no pude evitar.

Y la forma de atar los lazos era algo representativo de cualquier unidad entrenada en escalada, como todos nosotros, es nuestro nexo.

Fueron unas tristes fechas, que cada año recuerdo, no sin cierto cariño.

Enmudecida rodea con su brazo mi cuello, me atrae hacia ella. Acaricia mi mejilla con la suya y la humedece en mi rostro. No puedo seguir impasible. Entristecido, camaradería incomprendida, cojo aire, y orgulloso me confieso:

—Sólo puedo decir que aún hoy, después de tantos años, y cada vez que llegan estas fechas, con el corazón encogido, no puedo dejar de estremecerme, y a mi manera saludar a mis “hermanos de nieve”.  
              

                         "Descansad en paz, Compañeros, nuestro vínculo sigue firme." 



Epílogo:  consideraciones humanas y técnicas 

El alud de la Tuca de Paderna, atrapó a la  Compañía de Esquiadores Escaladores de Barbastro, a la que estaban agregadas para la instrucción la Sección de Esquiadores Escaladores del GACA XLII y la Sección de Esquiadores Escaladores del Batallón de Ingenieros XLI, completando uno de los itinerarios programados en las maniobras. Todos conocían y dominaban su desempeño, aún siendo la mayoría soldados de reemplazo. Dado el periodo de la temporada, ya bastante iniciado, podemos adelantar que su nivel de preparación era el adecuado.

En el Pirineo Oscense, y perteneciente al término municipal de Benasque, situado entre Macizo de la Madaleta y el Pico Aneto, el lugar agreste e indómito, a unos 2500 mts. de altitud y de muy difícil acceso, provocó que sólo pudieran aproximarse los servicios de emergencia vía aérea, en helicóptero. Incluso debieron de improvisar, como ha quedado constancia, para desplazar medios adecuados a la ingente labor.

La avalancha se produjo al incrementarse, de forma sorpresiva y brusca, la temperatura de manera notable, en una ladera donde las precipitaciones de nieve habían sido extraordinariamente abundantes. Esto añadido a la superposición de un importante manto níveo sobre otro de menor grosor y calidad, produjo un deslizamiento.

Posteriores estudios "in situ" determinaron el tipo de alud manifestado. Y fue el llamado "de placa": una alta cohesión de la nieve, encima de otra capa más débil, de nieve menos compacta o creando una superficie de rehielo,  provoca el desplazamiento de la superior. 

Se pueden medir velocidades de entre 20 y 50 km/h. y como característica convergente al que analizamos se registran depósitos de bloques compactos de gran tamaño, denominados "seracks".

En las labores de rescate participaron numerosas personas, adscritas al servicio de rescate de la Guardia Civil de Huesca, un helicóptero y perros entrenados, con base en Jaca, Boltaña y Benasque; miembros de las Fuerzas Armadas, bomberos de la Generalitat de Cataluña y componentes de Protección Civil de Benasque, incluido el alcalde.

Un gran número de militares resultaron arrollados por el alud siendo, la mayoría  finalmente rescatados con vida. Aunque un Sargento y varios soldados tuvieron que ser atendidos en Benasque.

Las víctimas, pertenecían  a la Compañía de Esquiadores Escaladores del Regimiento Valladolid LXV, con guarnición en Barbastro (Huesca), a la que se habían sumado para las prácticas dos Secciones del Batallón de Ingenieros XLII y de Artillería de Campaña de Huesca. El grupo estaba formado por un total de 150 hombres y había llegado el domingo anterior a la zona para cumplimentar unas maniobras de supervivencia en alta montaña, denominadas "vida y movimiento invernal", posteriores a un curso de esquí.

Sentencia (extracto literal de la misma encontrado en la red)

En ella se tiene en cuenta las siguientes consideraciones:

El accidente más grave que se ha producido en nuestro país y en el que no falleció el responsable del grupo se produjo en el alto Ésera, el 11 de marzo de 1991, y afectó a una columna militar en la zona del Hospital de Benasque, donde realizaban maniobras unidades de la Brigada de Cazadores de Alta Montaña XLII, integrada por 3 oficiales, 5 suboficiales y 85 soldados.

Un destacamento de 14 militares fue afectado por un alud de nieve que descendió de la Tuca de Paderna. Once fueron arrastrados y el resultado final fue de nueve muertos: el Teniente Álvaro Fernández, el Cabo 1º Dorado Díaz, los Cabos Pozuelo Gonzalez  y Pérez Mendiguren, y los Soldados Rodríguez González,  García Peña, Tallón Marín, Vives Cerdán y Górriz Cano.

En la única sentencia que hasta la fecha se conoce en este campo, la Audiencia Provincial de Huesca absolvió al entonces Capitán que mandaba la columna. Éste había sido condenado en el Juicio de Faltas número 25/1991 como autor responsable de una falta de imprudencia simple sin infracción de reglamentos y resultado de muerte.

En sus fundamentos de derecho el magistrado considera inicialmente que:

“...debe realizarse un juicio lógico individualizado, ponderando y valorando las circunstancias concurrentes en cada caso prescindiendo, como regla general, de la magnitud e importancia del daño producido, atendiendo a que éste no siempre está en función de una relación directamente proporcional con el grado de culpa...”.

Y por ello atiende a valorar los siguientes extremos que constituyen la el planteamiento básico posterior:
  • La mayor o menor falta de diligencia en el desarrollo de la conducta cuestionada.
  • La posible omisión de cuidado en el obrar.
  • La mayor o menor previsibilidad del suceso.
  • El mayor o menor grado en que quede infringido el deber de cuidado.
Y así, aplicando al caso enjuiciado estos parámetros de valoración esquemáticamente expuestos, el magistrado analiza la totalidad de las conductas concurrentes en la producción del siniestro, dejando argumentadas y formuladas, a nuestro parecer, las únicas normas de conducta existentes en esta materia en España hasta la fecha:

Considera que el riesgo no pudo preverse en base a señales o indicios ya que "...no consta en absoluto que el acusado pudiera prever de algún modo la producción del alud, ni que sometiera a su tropa a un riesgo gratuito después de haberse podido percatar de señales que hicieran especialmente posible la producción de un fenómeno de esta naturaleza".

Especifica claramente el carácter orientativo del BPA (Boletín de prevención de aludes) o de avisos de protección civil como sucedió en este caso, puesto que "… el mismo no pudo tener en cuenta los microclimas existentes en la alta montaña, lo cual relativiza enormemente la predicción, referida además a aludes de nieve húmeda".

Remarca la importancia de realizar una evaluación de riesgos inicial, puesto que analiza la conducta del acusado y en base a la misma, considerando las temperaturas de los días anteriores y el estado inicial del manto nivoso en el inicio, establece que"...ningún reproche se puede hacer por el hecho mismo de que la marcha fuera iniciada".

Asimismo se analiza si ha existido un estudio del itinerario y se especifica que se utilizó un itinerario recomendado por un experto, al caso el guarda del Refugio de la Renclusa, y que confirmó que el itinerario elegido en su primer tramo transcurría al abrigo del bosque...

El acusado hizo lo correcto y se volvió en el momento adecuado. Para ello el magistrado determina que el sólo hecho de que comenzara a transformarse la nieve, lo que a la postre provocó el alud al aumentar bruscamente la temperatura, es una circunstancia muy común en primavera y que no determina por sí sola un riesgo cualificado de aludes si la zona no es propicia a ellos.

Por último, se juzga si ha existido adopción de medidas de seguridad, manifestándose que "... por precaución, afortunadamente, la vuelta se ordenó por grupos y por distinta huella."

Es evidente, por tanto, que en el caso que nos ocupa no se produjo una anormal intensificación del riesgo, y que además no había sido asumido por alguno de los fallecidos dada su condición militar, estando como sabemos ante el único supuesto que adquiere trascendencia la objetivización de la responsabilidad.

Probablemente por ello y por dejar claras las posibles reclamaciones ante la jurisdicción competente que pudieran haber lugar, el Tribunal afirma que es consciente de que los sepultados por la avalancha no habían asumido ese riesgo, natural de la montaña, por propia iniciativa, por estímulos deportivos o de otra clase, sino que, cumpliendo la mayoría de ellos con sus servicio militar obligatorio, estaban sirviendo al Estado...

Esta disección de los hechos lleva al magistrado a determinar finalmente la posible previsibilidad e inevitabilidad del fenómeno:

• ...no se ha probado en absoluto que un ser humano, incluso siendo un experto montañero, hubiera podido detectar, a priori, antes de que se produjera el siniestro, que allí había una situación anormal de riesgo de avalancha... Lo que incide en no menospreciar nunca las señales del peligro latente de avalancha y en la extrema dificultad de predicción del fenómeno.

• ...como está pericialmente informado y, además es evidente, allá donde exista una ladera nevada existe la posibilidad teórica de que se produzca un movimiento mortal de la nieve si confluyen determinadas circunstancias que escapan al control de los humanos, de modo que tal riesgo normal, propio de la montaña nevada, no era neutralizable por el acusado pues tal cosa sólo se lograría suprimiendo absolutamente y para siempre toda maniobra o desplazamiento por montañas nevadas...

Lo que deja claro que en montaña el riesgo cero no existe y por tanto muy difícilmente se puede hablar de que el peligro de alud sea siempre evitable. Conduciéndole a concluir que 

“…nos encontramos ante un alud de placa, los cuales son especialmente imprevisibles, que constituía un riesgo inevitable de la alta montaña que el acusado no podía controlar, por lo que debe reputarse penalmente fortuito el siniestro con arreglo a lo regulado en el artículo 6 bis b) del Código Penal..."

Conclusiones 

El once de Marzo de 1991, en la Tuca de Paderna, cerca del mediodía, fallecieron el Teniente Álvaro Fernandez Gonzalez, Cabo 1º Dorado Díaz, los Cabos Pozuelo Gonzalez y Pérez Mendiguren, y los Soldados Rodríguez González,  José García Peña, José Tallón Marín, Daniel Vives Cerdán y Jorge Górriz Cano , los cuatro primeros pertenecientes al arma de Artillería y el último, a Infantería.


Cada aniversario se les rinde un homenaje, por parte de compañeros supervivientes. 

Mandos y soldados, en activo y licenciados, rememorando su recuerdo de la mejor manera posible:  marchando de la misma forma que ellos hicieron en su momento.

El refugio de Cerler tomó el nombre de "Teniente Álvaro Fernandez" Jefe de la Sección de artillería víctima del alud.







Nota del autor


Pedro Mendez
Una víctima de el alud se puso en contacto conmigo a través de un amigo común. 

Pedro Mendez Izquierdo corresponde a ese tipo de personas forjadas en la dificultad y las experiencias extremas. Sobrevivió a el accidente y no ha parado desde entonces de reivindicar la memoria de aquellos Compañeros desaparecidos. Cuando hablé con él, vista su ilusión y determinación, no pude esquivar el privilegio y la enorme responsabilidad que supone intentar contar los hechos.






Este relato sale de la recopilación en la red de redes, de información relativa al luctuoso hecho.

Encontré un chat en el que veteranos supervivientes contaban sus experiencias y pareceres al respecto.

No pude encontrar nada más apropiado y veraz que sus declaraciones libres de cualquier presión o contaminación. Las versiones han sido reescritas e interpretadas por mi, aunque siempre respetando el fondo de las manifestaciones. Además de darles un enfoque literario para poder ser seguidas por el lector. Existe la posibilidad de modificar alguna cosa en el caso de que haya entendido mal alguna versión, o alguien citado pueda sentirse ofendido.

Nada más lejos de mi intención.

No puedo despedirme sin advertir que todo lo escrito aquí lo ha sido intentando respetar la memoria de las víctimas y sus familias, en primer lugar. Y he continuado haciendo lo mismo con los relacionados con el hecho, supervivientes, y que hoy en día mantienen el recuerdo de aquel día.


Mensaje enviado a los participantes en el acto por parte del Ejército:  

Homenaje a los fallecidos en el alud de la Tuca de Paderna en 1991 10/03/2016 Ejército de Tierra. 

Prensa Digital Nacional Redacción/Madrid.


Un especial y emotivo homenaje a los fallecidos en el alud de la Tuca de Paderna, acaecido en 1991, ha sido el celebrado este año, el 5 de marzo, con la presencia de varios supervivientes de la tragedia, antiguos soldados del Grupo de Artillería de Montaña I. 


Presidió el acto el jefe de Fuerzas Ligeras, general Martín Bernardi, y asistió, por última vez, el general Rodríguez Gil, como responsable de la Jefatura de Tropas de Montaña. También asistió el jefe del Centro de Inteligencia de las Fuerzas Armadas, general Gan Pampols.


Uno de los supervivientes dirigió, en su nombre y en el de sus compañeros, unas palabras a los organizadores de este homenaje: "Muchas gracias por hacer posible que este acto se lleve a cabo año tras año. Gracias por el esfuerzo, la dedicación, el trabajo bien hecho, el empeño, el cariño y el respeto con el que se lleva a cabo este memorial a nuestros amigos, compañeros y soldados allí fallecidos aquel 11 de marzo.

Muchas gracias de todo corazón. ”Los fallecidos en el alud fueron el Teniente Fernández González, del Grupo de Artillería de Campaña (GACA) XLII; el cabo 1º Dorado Díaz (GACA XLII); el cabo Pozuelo González (GACA XLII); y los soldados Pérez Mendiguren, de la Compañía de Esquiadores Escaladores (EE) III/65; Rodríguez González (GACA XLII); García Peña (GACA XLII); Tallón Marín (GACA XLII); Jorge Górriz Cano; (Compañía EE III/65); y Vives Cerdán (GACA XLII). Los supervivientes a la tragedia que asistieron al memorial fueron los subtenientes Recio Giménez y Gual Riutor, así como los civiles Marcos Pascual, Pedro Méndez, Francisco J. Cordero y Ángel Tocón.

Algunas instantáneas del Memorial Tuca de Paderna en su 25º aniversario. En ellas aparecen supervivientes del fatal alud. 







En Bilbao, a 11 de Marzo de 2016, vigésimo quinto aniversario de la tragedia en la Tuca de Paderna.

Autor: Kepa San Blas, veterano de la Compañía de Esquiadores Escaladores 51, BRCZM LI, División de Montaña Navarra 5.


"Abriendo huella..."








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